Oveja Negra

VALORES QUE NO VALEN


10 de agosto de 2021

Oveja Negra

Columna de opinión del sacerdote cristiano Eduardo de la Serna, del Grupo de Curas en la Opción por los Pobres.

Por Eduardo de la Serna

Hace pocos días escribí una reflexión donde pretendía relativizar la excesiva valorización de la inteligencia. Recordaba, después de eso, una anécdota en la que trataré de ser fiel al hecho sin que sea fácil reconocer los personajes: alguien conocido había comenzado una relación y un familiar de esa persona me lo comenta. “Si, acoté innecesariamente, aunque no tiene cara de muy inteligente” (frase lombrosiana, debo decirlo) poco antes de que cayera sobre mí una catarata de ofensas por haber osado comentar eso. Dejando aquí de lado mi imprudencia o poco tino, es interesante notar que lo que se me cuestionó fue haberlo ofendido porque no ser muy inteligente parece ser una agresión. Es decir, y fue mi tema anterior, no se valora la inteligencia como una cualidad humana, sino como un verdadero valor.

Y esto me hizo ahondar en temas semejantes luego de una anécdota que me comentara una amiga. Una joven en un supermercado llevaba todos productos diet, y ante un comentario del cajero comentó: “- Si, porque si no, nadie me mira”. Ser mirada era necesario, para ella. Y cree, o sabe, o experimentó, que para lograr ese objetivo debería verse “flaca”. Es notable que, en muchas ocasiones, decirle a una mujer ¡qué flaca estás!, la respuesta suele ser, “¡gracias!” como si de un halago se tratara y no de una cualidad o característica.

Y esto me invita a profundizar la dicho: ¿qué valores valora nuestra sociedad? ¿Cuánto valen para algunas personas determinadas cosas que, para otras personas, no se valoran en nada, o en casi nada? ¿Con qué valores nos guiamos en la vida y convivencia? ¿Cuál vendría a ser lo que antes, al menos, llamábamos una “escala de valores”? 

Sin duda no todas las personas o colectivos valoran del mismo modo determinadas cosas, y si para alguno o algunos, tal aspecto es fundamental, para otro u otros es relativo, o casi insignificante. 

Con frecuencia, el criterio de análisis es la vida: ¿Por qué cosas uno es capaz de gastar la vida, jugarla, arriesgarla o aceptar que se la quiten (no uso “dar la vida” porque creo que esconde una actitud muy extraña, y en ocasiones, casi suicida)? Hay quienes arriesgan su vida por defender la bandera, por ejemplo. Esto es, un símbolo, que representa la Patria, esta es un valor excelso para muchos, más valioso que la propia vida. Hay quienes arriesgan todo por un amor, o por algunas posesiones, por un sueño o utopía, o por una pertenencia grupal… De valores se trata. Y, es evidente, no hay una uniformidad en ello. Es evidente que lo que para algunos es un valor absoluto, para otros casi ni lo es. Ahora bien, es sencillo saber que, además, cuando “pesamos” los valores, en ocasiones podemos modificar esa escala. No es algo fijo e inmutable.

Desde mi adolescencia recuerdo una frase que, según decían, pertenecía al gran obispo brasileño Helder Cámara (no encontré la cita, debo decirlo): “quien no tiene una razón para morir, no tiene una razón para vivir”. Creo que aquí radica el punto de partida de los valores: se trata de aquello que nos llena de una profunda alegría. Pero, no de una alegría superficial (o light, o diet), sino de una alegría que sale de nosotros mismos, que mira a lxs demás como partícipes de la misma alegría. A conseguir una felicidad profunda me refiero, esa que nace de la consecución de la paz, de la verdad, de la justicia, de la vida especialmente para quienes no tienen acceso a esos “valores”.

Evidentemente no todos compartirán mis valores. Y en ocasiones eso es motivo de diálogos, discusiones que aportan y enriquecen; en ocasiones es causa de desencuentros o conflictos y en algunas ocasiones, es razón de que Macri haya sido presidente.

 

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