La violencia es selectiva. La comunicación, también.
05 de enero de 2018
El tratamiento mediático del homicidio que le imputan a Nahir Galarza contra su novio, pone en evidencia que el adiestramiento cotidiano y el grado de naturalización que aún subsiste de la violencia machista, hace que los hechos de violencia contra las mujeres y cuerpos feminizados, pasen aún desapercibidos, primeramente, del escrutinio selectivo de los comunicadores oficiales de la realidad mediática, y, en consecuencia aunque no exclusivamente, de nuestra capacidad de empatizar con una violencia estructural que aún no logramos aceptar que existe.
por Nadia C. García
Para que un hecho nos llame la atención, tiene que ser un suceso fuera de lo común. Algo que escape a lo que nuestros ojos acostumbrados recorren, con el tedio de cada mañana, en los repetitivos informantes televisivos. La violencia ejercida por una mujer contra un hombre es algo que, efectivamente, no se ve todos los días. Hechos como el homicidio perpetrado por Nahir Galarza, de 19 años, contra quien fuere su pareja, un joven de 21, es algo a lo que nuestra sociedad no se encuentra acostumbrada.
Tristemente, el adiestramiento cotidiano y el grado de naturalización que aún subsiste de la violencia machista, hace que los hechos de violencia contra las mujeres y cuerpos feminizados, pasen aún desapercibidos, primeramente, del escrutinio selectivo de los comunicadores oficiales de la realidad mediática, y, en consecuencia aunque no exclusivamente, de nuestra capacidad de empatizar con una violencia estructural que aún no logramos aceptar que existe.
Y si en un primer análisis esta afirmación nos repudia, porque creemos que hemos alcanzados niveles de conciencia que nos permiten dar todas las batallas que nos faltan en el camino a construir una sociedad justa e igualitaria, basta con analizar los hechos que fueron sucediendo en estos escasos 5 días que lleva el año 2018, para poner en crisis estos niveles de concientización. Hechos de los que, quizás, no todo el mundo tenga conocimiento, ya que estuvieron ausentes del prime time argentino, y sus múltiples repeticiones televisivas, radiales y gráficas.
Hace menos de 24 horas, se entregó el femicidia de Débora, que estaba prófugo desde hacía una semana. Ella falleció tras agonizar en el Hospital Provincial con el 55% de su cuerpo quemado. Se le imputa homicidio doblemente agravado por el vínculo y por femicidio a Brian Olmos, su pareja, quien la roció con alcohol y la prendió fuego tras una discusión, en el día de Navidad. Había declarado que Débora se prendió fuego sola, y, en consecuencia, la justicia investigaba un suicidio.
Karina Macedo se encontraba desaparecida desde la Nochebuena. Su pareja, un locutor y productor radial, pedía colaboración para buscarla desde el muro de facebook de su programa de radio. En los albores de este nuevo año, más precisamente, el 2 de enero, el cuerpo de la mujer fue encontrado bajo un puente, calcinado y descuartizado. Él, Walter Segundo, está acusado de homicidio calificado, tras haber confesado el crimen, luego de haber testificado sus vecinos, y habiendo encontrado los elementos utilizados para llevarlo a cabo en el allanamiento realizado a su domicilio.
En estos días que pasaron de enero, dos niñas lograron escapar para denunciar que habían sido sometidas a abusos sexuales, junto a sus cuatro hermanas, todas de entre 7 y 15 años, por quien fuere el padre biológico de las cuatro más chicas, y padrastro de las dos más grandes, que además invitaba a participar de dichos abusos a sus seis hermanos y cuatro sobrinos. Resulta llamativo que los pocos medios, principalmente locales, que levantaron esta terrible noticia, hicieron principal hincapié en la madre de las niñas, también imputada, por permitir pasivamente estas violaciones cotidianas, tal fuera el relato de la adolescente de 15 años. Más hincapié que en los más de diez varones violadores, dos de los cuales se encuentran prófugos.
Los casos de abusos sexuales, continuados, sistemáticos, perpetrados por integrantes del grupo familiar o social, son múltiples, y pocos tienen prensa, los nombres de los violadores no suelen recorrer los zócalos de los noticiarios, y gozan de la impunidad que les garantiza el anonimato de sus rostros. Los femicidas que aún son buscados por la justicia también aprovechan este hueco en la prensa que cubre la sección policial del morbo mediático, como Raúl Sebastiani, quien está prófugo porque cuando Eliana, quien se encuentra milagrosamente viva, dio aviso a las autoridades chaqueñas de que el imputado planeaba huir para evitar el proceso judicial en su contra, fue catalogada como exagerada y resentida.
Los ocasionales casos de violencia machista que hemos logrado poner en el centro del debate, pueden darnos la falsa y esperanzadora idea de que la voz de un sector históricamente oprimido y silenciado, está llegando por fin a resonar en los parlantes televisados de todos los hogares argentinos. Sin embargo, la habitualidad con que siguen ocurriendo estos crímenes, la mayoría de los cuales no son difundidos, ni siquiera en aras de poder la ciudadanía aportar datos a las investigaciones que se llevan adelante, nos demuestra que la violencia contra la mujer, no es noticia de último momento. Lo que interpela muchas veces al espectador, en ciertos casos, es la calidad morbosa de algunos crímenes, como una realidad extraída de la más macabra literatura policial de la que se nutre el periodismo amarillista. Y en otros casos, lo que hace resonar el grito de justicia es la movilización de las familias, de las amistades, y de los organismos y organizaciones que ponen sus esfuerzos en visibilizar la violencia de género que nos pasa a nuestros costados todos los días, ya sin sorprendernos.
El fenómeno de lo que pretenden que sea “un caso de violencia de género al revés”, como, con más o menos disimulo, se procura instalar, o, incluso, en el más osado periodismo de retaguardia, una suerte de “venganza poética feminista”, no es ni más ni menos que un hecho de violencia que escapa a los estándares de naturalización actual. Que una mujer mate a un hombre (aunque no lo haya asesinado por su condición de tal, que es lo único que podría transformarlo en un crimen de odio) es algo que sí sorprende, a la prensa y al espectador, que cada vez se indigna un poquito menos con “otro” caso de violencia machista, que engrosa una estadística que está lejos de disminuir. Como resultado de ello, el rostro de la joven quedó impreso en nuestras retinas, de modo tal que hasta podríamos reconocerla si la viéramos caminando por la calle, algo que no va a suceder, ya que, a diferencia de los tantos femicidas anónimos cuyas facciones sería de mucha utilidad difundir, ella no se encuentra prófuga. Tal es la conmoción generada por la forma en que se machacó durante días con los detalles de estos hechos, que casi nadie estaría de acuerdo con proveerla a Nahir de la impunidad de tornarla invisible: si lo mató, que se joda.
No por ello debiera resultarnos menos preocupante que cada 18 horas (cada 20, cada 20 y pocas, como oscilan los números difundidos de distintas estadísticas, todas las cuales apuntan a un femicidio por día en la Argentina), un femicida está gozando de la impunidad de moverse a las sombras de la plena luz del día. Porque lo cierto es que los crímenes del patriarcado, la violencia ejercida por ciertos varones sobre los cuerpos femeninos que consideran de su propiedad, no son, como hemos visto, los realizados con la mejor pericia criminal; algunos, igual que Nahir, admiten su propio delito, poniéndose a disposición de la justicia, otros, huyen de ella. Es la selectividad comunicacional las que les permite mantenerse al margen del público conocimiento, un beneficio del que no pudo gozar la joven.
La idea de una mujer ejerciendo violencia sobre un varón es de por sí fuera de lo común, porque la coloca en un lugar en el que todavía el imaginario social la tiene relegada: la de ser la parte dominante de una relación desigual. Todavía existe la infundada creencia de que las mujeres cargan con una debilidad intrínseca a su estado de naturaleza, e incluso con una bondad moral que la mantiene, en esta concepción, alejada de los hechos de violencia que atraviesan la sociedad toda. “Las chicas de hoy están terribles”, clama el vecindario en las conversaciones sobre las acaloradas baldosas de enero, aludiendo a hechos violentos no fatales, que son comúnmente aceptados entre la población masculina, como las agarradas a la salida de un colegio. Esta naturalización no implica que le otorguemos un valoración positiva a la habitual violencia varonil, pero sí hace que la sorpresa sólo arribe cuando las involucradas son mujeres.
Del mismo modo que horrorizarse por el crimen llevado a cabo por Nahir no excluye que la misma población se indigne cuando se visibiliza un femicidio (aunque comúnmente medien preguntas sobre la vida privada de la víctima, preferencias sexuales, vestimenta al momento del hecho, predilección por los boliches bailables o titulares anunciando que había abandonado la secundaria). Lo que sí excluye esta forma de comunicar absolutamente estigmatizante, es la posibilidad de razonar sobre la existencia de una violencia que es estructural, que se manifiesta como un ejercicio de poder sobre los cuerpos feminizados y no heteronormados, llevándose la vida de una por día.
Esta distribución de información selectiva nos impide poner en crisis un sistema social, político y económico en donde se acentúa la carencia de herramientas para defendernos de una violencia ejercida históricamente, que se traduce en la falta de oportunidades para desarrollarnos en pie de igualdad: la tardía participación política, el nivel de alfabetización desigual, la incorporación de las mujeres al mercado laboral en condiciones precarizadas, la casi inevitable dependencia económica, la distribución desigual de las tareas en el seno de un hogar que redunda en una jornada laboral obligatoria y no remunerada sobre los hombros de las mujeres. Las ideas estandarizadas que aún se inculcan en la niñez, y que se nos inyectó también a todas las generaciones anteriores, de que hay roles preestablecidos y complementarios entre hombres y mujeres, y que en este binomio se esconde la fórmula perfecta de un futuro equilibrado, en donde el amor romántico hace concesiones de bienestar y felicidad en pos de sostener la estructura familiar.
Existe una génesis complejísima alrededor de los hechos de violencia que tienen lugar en la sociedad actual, y sin dudas, la forma de comunicar que hegemónicamente nos pone en el menú de noticias el plato del día, es un obstáculo para repensar los cimientos de una sociedad en la que todavía la vida de millones de mujeres se encuentra en las manos de un hombre, que podrá matarla si así lo desea, sin transformarse en un criminal famoso, e incluso muchas veces, sin necesidad de enfrentar consecuencias judiciales. Pasando desapercibido, como un femicida más, entre tantos.