Oveja Negra

San Martín, ideología y conciencia.


17 de agosto de 2016

Oveja Negra

Por Julian Froidevaux. 

La figura de San Martín es arena sobre la cual se disputa el sentido de la Patria, entre otros. ¿Qué decimos cuando se dice San Martín? Y ¿qué dicen otros cuando dicen San Martín? ¿Que decía Bartolomé Mitre, cuando escribía San Martín? ¿Y cuando lo nombraba Bernardo Alberte? ¿O Zamba?

Más allá de la redundancia interrogativa para iniciar estas líneas, no se pretende aquí hacer un resumen de las distintas versiones historiográficas para confrontarlas. El objetivo es arrimar al fuego del presente las brazas de un debate militante.

No hay nadie que habite nuestra amada Patria que no tenga presente la figura del General Don José de San Martín, el Padre de la Patria, el Libertador de América, etc. Puede llegar a confundírsenos la fecha de nacimiento o incluso el nombre de la ciudad francesa donde murió en el ostracismo. Sin embargo, a nadie se le escapa la existencia del profundo vínculo entre San Martín y la Patria. 

Ahora bien. Liberales, conservadores, nacionalistas, progresistas y revolucionarios, radicales, peronistas y hasta incluso alguno del Pro. Todos reivindicamos a San Martín. ¿Cómo se explica?

Aquellos que pretenden des-ideologizar la figura de San Martín, las luchas emancipatorias y hasta incluso de la Historia misma, lo hacen parándose en un lugar y no en otro. Desocultar la humanidad detrás del bronce y contextualizar las victorias y derrotas de un pueblo siempre ayuda a tomar conciencia. A construirla.

La conciencia se construye y se realiza mediante el material sígnico, o sea los signos, creado en el proceso de la comunicación social de un colectivo organizado. La conciencia individual se alimenta de signos, crece en base a ellos, refleja en sí su lógica y sus leyes. La lógica de la conciencia es la de la comunicación ideológica, la de la interacción sígnica en una colectividad. Si privamos a la consciencia de su contenido ideológico en la conciencia no queda nada.

Entonces, convengamos en que la conciencia solo puede ser registrada por medio de los signos, que representan productos ideológicos generados dentro de una interacción comunicativa de diversos sectores sociales. Ahora, también acordemos en que esos sectores sociales se encuentran en relaciones antagónicas según sus intereses.

Si tomamos la ideología fuera de este proceso real de la comunicación en interacción se convierte en un concepto metafísico o mítico. La ideología no se origina en alguna región interior de las almas sino que se manifiesta globalmente en el exterior, en la palabra, en el gesto, en la acción: todo está en el exterior, en el intercambio.

Todas estas formas de interacción están relacionadas muy estrechamente con las condiciones de una situación dada, cruzada por las injusticias, y reaccionan a todas las oscilaciones de la atmósfera social. En esas entrañas es donde se materializan las transformaciones y desplazamientos que posteriormente se ponen de manifiesto en los productos ideológicos determinados. O sea, el San Martín de Mitre o el San Martín del formoseño Zamba.

Es así que la existencia social no se refleja en los signos sino que se refracta en ellos. Ese proceso refractario es la intersección de los intereses sociales de las orientaciones más diversas. Las distintas clases sociales usamos una misma lengua, en consecuencia en cada signo se cruzan los acentos de orientaciones distintas. Y el signo transmuta en la arena de la luchas de los diferentes sectores de una misma sociedad. Arena de confrontación de acentos sociales vivientes.

Gracias a este choque de acentos el signo permanece vivo, móvil y capaz de trasmutaciones. Un signo sustraído de la tensa lucha social es un signo que deja de ser centro de un vivo proceso social. Las clases dominantes buscan adjudicar al signo ideológico un carácter eterno por encima de las luchas sociales, pretende apagarlo y reducirlo. Trata de convertirlo en un signo mono-acentual. Un San Martín de bronce.

Las clases dominantes buscan adjudicar al signo ideológico un carácter eterno por encima de las luchas sociales, pretende apagarlo y reducirlo. Trata de convertirlo en un signo mono-acentual. Un San Martín de bronce.

La militancia política debe construir un tiempo y un espacio para sacudir el bronce de la historia nacional y romper el mármol de la política. Imprimirle otros sentidos y otros acentos a San Martín y a la Patria. Agregarle un Mosconi, un Savio al lado. Arrimar la historia de Francisco de Arteaga o Segundo Storni. Pero por sobre todas las cosas la militancia tiene que asumir el profundo desafío histórico de construir la Patria. Ahora. Ni hace doscientos años ni cuando vuelva Cristina. Y construir la Patria no es otra cosa que trasmutar una geografía en una historia. Un ámbito, un territorio donde nos organizamos con quienes tenemos al lado para ejercer irrestrictamente la solidaridad y desde el combate cotidiano contra las injusticias, poder ir construyendo juntos el horizonte colectivo donde hacen sentidos las biografías conocidas y anónimas de miles de compatriotas.

¡San Martin Vive! 

¡Patria o Patria! Venceremos

                                             

                        

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