Oveja Negra

9 de Julio. Independencia y Pueblo


08 de julio de 2022

Oveja Negra

“En la Argentina del presente es bueno volver la mirada sobre nuestros orígenes y pensar qué futuro queremos construir”.

1815 no había sido un buen año para los patriotas americanos. Lo que alguna vez había sido el Virreinato del Río de la Plata se encontraba fragmentado en varias unidades políticas.

La Banda Oriental era un punto de tensión constante entre la Liga de los Pueblos Libres, el gobierno de Buenos Aires y el Imperio Portugués que pretendía expandir su influencia colonial sobre el Río de la Plata. Artigas, jefe de la Liga, ejercía su mando sobre la Provincia Oriental, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Santa Fe y Córdoba. Las cuales, salvo Córdoba, no enviarían representantes al Congreso en Tucumán por haber organizado el propio el 29 de junio en la localidad de Arroyo de la China.

El Paraguay se mantenía autónomo y cerrado sobre sí mismo en un proceso de desarrollo autocentrado que lo llevaría en pocos años a ser un país con grandes avances económicos y sociales (los cuales serían destruidos en la criminal guerra de la Triple Alianza).

Por su parte el Alto Perú era zona abierta de guerra con el poder realista con asiento en Lima, que era mantenido a raya por las montoneras gauchas al mando de Güemes.

De esta manera, las únicas provincias que terminan participando del Congreso de Tucumán en 1816 son Buenos Aires, San Luis, Catamarca, La Rioja, Mendoza, San Juan, Charcas, Chinchas, Mizque, Santiago del Estero, Salta, Córdoba y Tucumán.

1816 debe ser visto como un hito importante en el camino de la emancipación sudamericana, pero no como el nacimiento de una Nación que ni siquiera aun había recibido el nombre de Argentina, pues el Acta del Congreso se realiza bajo nombre de “Provincias Unidad en Sud América”.

 

Se conmueven del Inca las tumbas

Cuando los europeos llegaron a estas tierras no se encontraron con un continente vacío. El mismo estaba habitado por una rica diversidad de pueblos con expresiones culturales propias. El grado de complejidad social de algunos de esos pueblos los llevó a organizarse en forma de Estado, como es el caso de Imperio Inca. Sobre las grandes extensiones del Tawantinsuyu Inca, los españoles organizaron, conquista mediante, los Virreinatos del Perú y del Río de la Plata, como así mismo la Capitanías General de Chile. A lo largo de trescientos años, Sudamérica se fue conformando como una cultura mestiza.

La impronta de los pueblos originarios era hasta tal punto que el Acta de Independencia fue confeccionada en español y traducida al quechua y aimara para poder ser leída delante de criollos e indígenas.

La traducción del Acta no era una mera formalidad o cuestión de estilo, sino de decisión política de los congresales. Tal relevancia tenía la cuestión indígena, que en los debates sobre la forma de gobierno que se debía adoptar se tuvo en cuenta la posibilidad de conformar una monarquía constitucional con algún descendiente noble inca con sede en Cuzco. Este plan fue impulsado por Belgrano y apoyado por San Martín y Güemes, pero enfrentado por los sectores que bregaban por una república centralista.

El Estado Nacional argentino que se termina conformando hacia 1880 lo hizo luego de la derrota del federalismo, la destrucción del Paraguay y el sometimiento de la Patagonia y el Gran Chaco donde aún pervivían formas autónomas de organización indígena. Sobre esta base y el flujo migratorio europeo en el siglo XX se fue construyendo el relato oficial de la Argentina blanca bajada de los barcos, granero del mundo y una Buenos Aires como la París de Sudamérica. La historia oficial de un Estado conservador a imagen de la oligarquía agraria ocultó durante décadas el mestizaje cultural, el sincretismo religioso y los diferentes proyectos de organización social que se entrecruzan y son el marco en el cual nuestra Revolución y Declaración de Independencia se producen.

La historia enseña que no hay posibilidad de cambios profundos sin protagonismo popular que les de sustento.

Bolívar y San Martín utilizaron los Andes como columna vertebral de un proyecto de emancipación y unidad continental. Sus tropas estuvieron conformadas por hombres y mujeres que mayoritariamente provenían de los sectores populares, de la “plebe” o “el bajo pueblo” como se los llamaba en ese entonces. Por más que fueran las élites ilustradas las que ocuparan los lugares de poder, fue la obra del pueblo organizado quien garantizó la emancipación.

Y así, en cada momento de nuestra historia nacional y latinoamericana que se avanzó en derechos y justicia social se lo hizo de la mano del pueblo. Sin el mismo, todo anhelo de bienestar material y de paz social es un engaño efímero.

En la Argentina del presente es bueno volver la mirada sobre nuestros orígenes y pensar qué futuro queremos construir. Y sobre todo entender que sin el concurso organizado del pueblo no hay tarea emancipadora posible que perdure en el tiempo.

 

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