Y EL PUEBLO QUE SE MATE
17 de septiembre de 2016
Opinión de Diego Algañaraz*, sobre la cuestión de la defensa propia y el discurso legitimante del gobierno y los medios de comunicación hegemónicos.
A finales de agosto, en Loma Hermosa, Lino Villar Cataldo de de 61 años mataba de 4 balazos a Ricardo Krabler de 24 años. Dos semanas después, en Zárate, Daniel Oyarzun atropelló y termino con la vida de Brian González. Quizás sin las etiquetas propias de la maquinaria mediática sea difícil tener una referencia exacta sobre los hechos que señalo, así que probemos un poco del amarillismo berreta que insiste en enseñarle a los argentinos que está bien matarse unos a otros: estamos hablando del “médico” que mato al “delincuente”; y en segundo lugar, del “carnicero” que mató al “delincuente”.
Como estrategia comunicacional, las etiquetas utilizadas sirven para ir escribiendo la sentencia que quieren que la sociedad dicte: que pensemos en el médico como un profesional, como un sujeto decente y, por otro lado, en el carnicero, como un laburante y una persona “muy querida en la comunidad” (en palabras de Macri), todo eso como perfecta antítesis de los despreciables delincuentes, que vienen por esa pequeña porción de “propiedad” que uno ha conseguido o incluso por la propia vida, y por eso tienen que ser eliminados, o cuando menos, no habría porque derramar una lágrima si pierden la vida a mano de la justicia moderna, la de la mano propia.
Como no podía ser de otra manera, todas las decisiones tomadas desde diciembre de 2015 a la fecha, tuvieron como efecto inmediato o mediato, lastimar el tejido social con una virulencia jamás probada en la historia democrática de este país –la sangre derramada por los genocidas no merece punto de comparación-. Y cuando la violencia encuentra en el Estado un espejo que la refracta sobre cada rincón, en vez de las barreras necesarias para frenarla y contenerla, suelen aparecer lamentablemente, estos mal llamados “justicieros”, trayendo detrás el peligroso discurso que en un descuido, puede transformar un país referente a nivel mundial en Derechos Humanos, en un Estado policial y perverso, que ayudado por sus alcahuetes mediáticos, enreda a cada televidente o lector en discusiones estériles sobre legítima defensa o exceso en la legítima defensa, mientras condena al desamparo a millones de argentinos sobre los que carga el peso de una devaluación feroz, tarifazos imposibles, paritarias que no llegan, una inflación galopante y empleos que se empiezan a perder –o que exigen condiciones cercanas a la servidumbre para mantenerse asalariado-.
Como fenómeno policausal, el delito está ligado a muchas causas, las cuáles pueden darse todas juntas o separadamente, es decir, un pibe puede robar porque tiene hambre, o porque no tiene laburo y necesita vestirse o vestir a un hijo/a, o porque entiende que en la delincuencia tiene una existencia (los otros lo perciben) que de otra forma no tiene, o puede robar porque sencillamente es aquello que aprendió en la subcultura que lo contuvo frente a la ausencia de otros grupos que podrían haber colaborado con su socialización (familia, escuela, clubes de barrio, trabajo u otras expresiones del Estado). Puede hacerlo por una o por todas las razones a la vez, o por otras muy distintas a las enumeradas, y nada de lo que se escribe pretende justificar la comisión de delitos, cualesquiera sean, pero cuando se aborda el tema desde una visión más global, la bibliografía más elemental revela la más evidente y cruda verdad: el sujeto “delincuente tipo” –el que se persigue mayormente tanto en Argentina como en Latinoamérica- tiene nombre y apellido de Pueblo, tiene generalmente entre 16 y 30 años, vive en los barrios más humildes de los conglomerados urbanos, y proviene de un contexto social más que vulnerable.
El sujeto “delincuente tipo” –el que se persigue mayormente tanto en Argentina como en Latinoamérica- tiene nombre y apellido de Pueblo.
La mayor o menor posibilidad de supervivencia de este “delincuente”, dependerá en gran medida de un Estado, que puede decidir apartarlo indefinidamente (promoviendo penas más altas y su encierro carcelario), eliminarlo (a manos del aparato policial o a manos de otro argentino) o, como debería ser, proporcionar todo lo que tiene a su alcance para que torcer el destino de esos miserables, asegurando educación de calidad en todos sus niveles, acceso a la vivienda, a la cultura, a un plato de comida y a un empleo digno.
Lamentablemente, el destino de esta Patria está en manos de la banda de piratas más preparada de los últimos 50 años, de los que verdaderamente deberíamos defendernos, ya que desembarcaron preparados para un saqueo rápido y brutal de recursos económicos, preparados para demoler como topadora los pilares que hacían que cada argentino contara con un laburo y un sueldo justo y preparados para correr al Estado del lugar de responsabilidad que por mandato le corresponde. Lo que queda oculto detrás del ‘médico’, el ‘carnicero’, el ‘delincuente’ y la ‘legítima defensa’ es que es el Estado el que debe cuidar al laburante que sale temprano a ganarse el mango, así como también debe cuidar ese puesto de trabajo y el poder adquisitivo de ese sueldo. A su vez, es el que debe garantizar a todos el respeto absoluto de la normativa constitucional que protege al individuo que quebranta la ley, y así someterlo a un juicio justo, dando la única respuesta que merece un Estado democrático de derecho.
Los comentarios de Vidal y Macri, avalando la justicia por mano propia, son síntoma de la victoria más cruda del neoliberalismo
Los comentarios de Vidal primero, y Macri después, avalando la justicia por mano propia, son síntoma de la victoria más cruda del neoliberalismo, ya que termina privatizando un conflicto como el de la seguridad y, ni más ni menos, el de la vida digna (sin distinciones, sin etiquetas, ni médicos, ni carniceros, ni delincuentes), cuya solución corresponde a las distintas instituciones estatales en la forma y complejidad brevemente descripta, dejándolo en manos del pueblo llano, donde unos y otros pierden la vida, en una lucha entre los humildes, mientras la defensa propia que más se necesita en esta época, la del trabajo, de la educación, de la salud, la legítima defensa de la soberanía y la justicia social, sigue intentando romper el cerco mediático que fabrica distracciones, esperando por un pueblo organizado que se ponga en acción, dejando la violencia de lado, ya que las victorias populares solo conocen de amor por el otro.
*Diego Algañaraz, abogado penalista. UBA. Trabajador judicial.