Oveja Negra

¿Que nos conviene?


07 de enero de 2018

Oveja Negra

Ariel Pennisi analiza los desafíos de la organización popular en tiempos de autoritarismo del Estado y la empresa. En un ensayo exhaustivo, y con ejes que abren debates profundos y necesarios acerca del destino de los movimientos populares, deja una postura crítica para disparar y discutir.

¿Qué nos conviene?

Sobre la acción política ante el doble autoritarismo del Estado y la empresa

por Ariel Pennisi *

1.

¿Quién podía suponer que el gobierno de la alianza Cambiemos habría de resultar democrático? Solo una lectura lineal, una en extremo ingenua o directamente interesada. Es este un gobierno estrictamente antidemocrático. Es decir, no dictatorial, sino solo contrario al desarrollo de la siempre ambivalente y en proceso de construcción vida democrática. Quienes se regodean cantando “Macri basura, vos sos la dictadura” evitan y desvían la posibilidad de una caracterización necesariamente precisa, es decir, crítica. Si bien el gobierno se compone de actores que vivaron a los genocidas del pasado reciente –incluso la familia presidencial debe mucho a ese período en términos de su crecimiento empresarial–, el elemento antidemocrático específico de este gobierno no se define por la existencia o no de elecciones, ni por un plan sistemático de aniquilamiento, ni siquiera por un pronunciamiento oficial pro-dictadura.

Descontando las desventuras dictatoriales, no hay nada menos democrático que una empresa (1), como tampoco hay nada menos democrático que un Estado aplicado mayoritariamente a su función de Ministerio del Interior. Y este gobierno reúne ambas condiciones.

Para las empresas el término “democracia” nombra toda instancia en que debe vérselas con algún tipo de control, regulación o castigo; la voz sonora “democracia” retintinea en sus tímpanos como: los derechos de los trabajadores y los consumidores, y, en última instancia, una idea de bien común a la luz de cuyo criterio se determinan las condiciones productivas, impositivas y a veces geográficas de las empresas. Es decir que, para las empresas, el término democracia designa todo aquello que quisieran evitar, burlar, cuando no directamente eliminar. Las empresas tienen dueño, el verticalismo es tan inevitable como las desigualdades jerarquizadas en su interior. Lo que las mueve es el capital y su lógica: el mayor beneficio en el menor plazo posible, bajo la menor regulación posible (si es bajo condición de legislación favorable o fuera de le ley vigente, mejor aún).

Hay quienes denuncian una suerte de suspensión del Estado de Derecho, sin embargo, esta versión del Estado de Derecho muestra la plena vigencia de su función securitaria: mantener el orden desde el punto de vista propietario. Fue bajo condición del Estado de Derecho que el gobierno de Frondizi avanzó con la Conmoción Interna del Estado, abriendo el largo camino del terrorismo estatal. La Ministra Patricia Bullrich, que aún no dio explicaciones por sus mentiras oficiales y presunto encubrimiento en el caso de desaparición forzada seguida de muerte de Santiago Maldonado, ni por el asesinato a manos de Prefectura de Rafael Nahuel, es el principal alfil de Macri en la creación de un enemigo interno. No es que en los últimos años no se produjeran hechos verificables de represión estatal, asesinatos incluidos, pero esta vez se vuelven a reunir en una simbiosis explosiva la represión en la práctica con la oficialidad del discurso represivo. Se vuelve a la apuesta de origen, instalar ese sentido del orden y del escarmiento.

Un gobierno carente de linaje explicitable, como éste, debió inventarse su propia historia Wikipedia y echó mano al “desarrollismo” de Frondizi. Más allá del artificio historicista, la relación es verificable, pero según una genealogía que nos evitan. La preponderancia de la racionalidad economicista por sobre las cuestiones institucionales tomó su forma más consistente entre los gobiernos de Frondizi y Onganía de la mano de una palabra clave: modernización. La “modernización”, retomada por el gobierno de Cambiemos con la creación del ministerio homónimo. Los actores históricos involucrados durante las décadas del 60 y 70, incluyendo, por ejemplo, al diario (hoy Grupo) Clarín, y la saga sucesiva, construyeron de manera intermitente un discurso institucionalista cada vez que lograron identificar como “enemigo interior” a un sector de la sociedad pasible de estigmatización; pero no pocas veces desnudaron su idea de “orden”, más asociada al dominio directo de la cosa pública por parte de los grandes propietarios, que a los siempre impuros ensamblajes institucionales.

Clarín, durante el proceso que derivó en el golpe de Estado contra el gobierno de Illia, se dedicó a criticar el funcionamiento institucional en sí mismo, horadando el sentido de los procedimientos democráticos. Es decir, acompañó ese golpe contribuyendo a la construcción de un sentido “de facto” de lo que tenía que pasar. Una suerte de periodismo de facto acorde a un gobierno surgido de un golpe de Estado. En una nota en que da cuenta del golpe sin llamarlo de esa manera, se sostiene: “no podía reclamarse el respeto a la legalidad por la legalidad misma”. Estos mismos sectores fueron legalistas cuando las artimañas jurídicas les permitieron mantener su impunidad o reprimir la protesta (o el accionar autónomo de cualquiera ante la injusticia que fuera); pero despreciaron la “legalidad” cada vez que ésta sirvió para garantizar, por la circunstancia histórica y las relaciones de fuerza, un mínimo de derechos o asistió a quienes no tienen más espalda que una vida austera o un recorrido político.

El mantenimiento del “orden interior” cuenta con una línea histórica de ambivalente relación entre legalismo y paralelismo (o directamente desconocimiento de las leyes). Se verifica en tiempos del Plan Conintes de Frondizi, también al comienzo de la dictadura de Onganía con la Ley de Defensa Nacional (16970), ocurrió en tiempos de Lanusse con el accionar asesino policial y militar y la promulgación de la Ley de Seguridad Nacional (19081) y hasta el propio Perón del retorno exclamó “lo vamos a hacer fuera de la ley también” mientras se aprestaban a endurecer por ley Código Penal. La dictadura de la desaparición de personas, de nuevo vivamente apoyada por Clarín, volvió a conjugar de manera problemática las referencias legales –incluso citando las disposiciones heredadas– con el poder de facto político, territorial y económico.

Se trata de un lugar de enunciación histórico que denigra los intereses soberanos cuando éstos podrían formar parte de un campo estratégico asociado al cuidado de los ‘sin espalda’; mientras que, se abraza a los símbolos patrios cuando logra vincularlos a aspiraciones supremacistas o, como mínimo, vaciarlos de su siempre escaso potencial libertario. Cipayos para establecer acuerdos internacionales y abrir las importaciones de bienes de consumo, nacionalistas para perseguir, reprimir y asesinar a los inquietos “enemigos internos”. Esos “enemigos internos” hoy llevan el nombre del pueblo mapuche tehuelche.

Otro elemento que, al menos desde Lanusse, forma parte de la estrategia de los sectores dominantes en su relación con actores y agendas dinámicas es la conformación de un ámbito de “diálogo” como cara negociadora. Es decir, cierta aspiración a la “unidad de los argentinos” surgida de una mesa supuestamente representativa. El GAN (Gran Acuerdo Nacional) promovido por Lanusse que, si bien suscitó rechazos, contó con la aprobación de sectores militares, industriales, agrarios y políticos; el retorno de Perón, que es en sí mismo una suerte de llamado a la “unidad” por arriba que debería corroborarse electoralmente… Más contemporáneamente, la “Mesa del Diálogo” convocada por Duhalde, nuevamente con sectores concentrados de la industria y el agro, sectores políticos y la Iglesia. El gobierno de Macri hizo su propio llamado al “diálogo nacional” contando con la complicidad de gobernadores peronistas y radicales y de sindicalistas históricamente traidores a sus bases. En cada caso, en cada llamado al “diálogo” la contracara resultó fatal en términos de violencia estatal para quienes no formaron parte de la educada mesa. Desde la masacre de Trelew, hasta Kosteli y Santillán, pasando por la Triple A, nuestro tiempo sacrifica a Santiago Maldonado y Rafael Nahuel, exhibidos como trofeos de la represión macrista (el ascenso del gendarme imputado en la causa Maldonado sobresale por su carácter provocador). Desconfiemos del llamado al diálogo, ese viejo eufemismo del llamado al orden.

2.

¿A qué podríamos llamar vida democrática, teniendo en cuenta que la maquinaria electoral, mediática y económica pueden perfectamente producir hechos de autoritarismo, alcanzando incluso el terror por la vía Estatal bajo la vigencia de una democracia reducida a máquina procedimental? ¿Qué sentido tiene seguir sosteniendo el viejo significante de la vida del Demos, en condiciones de la actual “democracia S. A.”(2)?

El hacer y organizarse en común o las figuras posibles del autogobierno no son garantía de “buen vivir”, pero al menos tuercen la imagen de la delegación, exposición de los cuerpos a las decisiones ajenas, y dejan lugar a otra imagen posible, el deseo de gobernarse a sí mismo o la exposición a los propios tropezones.

La complejidad de pensar en los márgenes de la disputa política actual no pasa por la proposición de alternativas en bloque, es decir, por forzar un saber salvador (continuidad con el salvador que sabe), sino por el hecho de que, por definición, no sabemos qué hacer. Es decir, algo sabemos y algo no sabemos. Pero fundamentalmente, no contamos con una medida cierta entre ese saber y ese no saber. El lugar de esa falta de medida es, en algún sentido, el lugar del excedente o, para decirlo nietzscheanamente, de la voluntad de poder cuyas dos tendencias fundamentales son la voluntad de dominio y la capacidad de invención de formas de vida. Es, entonces, el lugar de la creación y el simulacro simultáneamente. O bien se orquestan nuevos modos de domino: ficciones totalizantes o reyes buenos; o bien se inventan modos de vida capaces de anticuerpos: ficciones útiles, red de asociaciones desjerarquizadas, multiplicidad de apuestas asociadas a principios comunes, “asociación de egoístas” (Stirner).

Los registros amorosos, amistosos, urbanísticos, laborales… lo cotidiano mismo como imagen amorfa de los trayectos vitales –por contraposición a lo cotidiano ordenado– se dan existencia en el espacio de sentido operado políticamente como un modo de “vivir juntos”. El tener lugar de la vida colectiva en su diversidad de matices y registros es lo político a distancia del poder. En ese sentido, politizar una vida no significa acercarla a la lógica de partidos o a los modos de la representación, sino sostener y reinventar desde las propias prácticas y la apertura a las mezclas venideras, el tener lugar colectivo de las vidas en su singularidad. La institucionalidad y la organicidad, pensadas desde el punto de vista de la vida democrática nunca alcanzan el estatuto de lo constituido, se mantienen en el hervidero de lo constituyente. La astucia democrática gozaría de salud, en tanto y en cuanto habilite anticuerpos a su propia voluntad de facción o tendencia totalizante. En ese sentido, pensar el anticuerpo es una tarea política.

Por eso, democratizar no tiene necesariamente que ver con “partidizar” la política de las vidas, ya que lo partidario no quita lo corporativo que antepone intereses de facción a las imágenes posibles de beatitud común. De hecho, en nuestro país, a la corporación judicial, a los colegios de abogados, a las fuerzas policiales, a los medios periodísticos y grupos productivos y económicos (desde la UIA hasta la AEA) como formas corporativas del sistema democrático, habría que agregar la corporación de los representantes, compuesta de un funcionariado reciclable que se ofrece, según soplan los tiempos, como negociador entre el capital –hoy financieramente determinado– y las fuerzas productivas, inventivas y energías sociales. ¿Es momento de asumir en plenitud la crisis o incluso el agotamiento de la representación? ¿Existe como en el siglo XX esa instancia ficcional de mediación efectiva? ¿Es un teatro vigente o un eufemismo de la impotencia para hacer otra cosa?

Dice el pensador francés de turno: “El proceso democrático consiste en esa puesta en juego perpetua, en esa invención de formas de subjetivación y de casos de verificación que contrarían la perpetua privatización de la vida pública.” La vida democrática es procesual y su malestar está asociado, o bien a alguna forma de fijación (sobre todo si se trata de la rémora del siglo XX), o bien al desquicio de una desregulación de la vida apoyada en la férrea custodia estatal y paraestatal (como es el caso de la llamada gobernance neoliberal). Las sensibilidades existentes que unas veces dispersas y otras contenidas en encuentros fecundos cooperan en la construcción de decisiones sobre la propia vida o en la reflexión sobre problemas comunes no responden a una forma previa, pero actúan según marcos, gimnasias y condiciones de posibilidad. No es necesario buscar en un “más allá” revolucionario, ni conveniente conformarse con las concesiones de la macroeconomía para delimitar el campo de acción. El desafío pasa por investigar las propias fuerzas, coordinar los recorridos y proyectos capaces de expandir la democracia radical, algo que ninguna maquinaria electoral podría garantizar, es decir, la conformación de instancias de decisión sobre el modo en que el excedente de vida que se da en cada quien afecta a la colectividad (siempre) en curso.

Excursus: feminismo y anarquismo

“Los anarquistas se sirven ordinariamente de la palabra Estado para expresar todo el conjunto de instituciones políticas, legislativas, judiciales, militares, financieras, etc., por medio de las cuales se sustrae al pueblo la gestión de sus propios asuntos, la dirección de su propia seguridad, para confiarlos a unos cuantos que –usurpación o delegación– se encuentran investidos de la facultad de hacer leyes sobre todo y para todos y de compeler al pueblo a ajustar a ellas su conducta, valiéndose, al efecto, de la fuerza de todos.” A la definición de Errico Malatesta habría que agregar la forma empresa como autoritarismo de hecho. Nada más personalista y verticalista que la empresa, un espacio en el que lo más importante está decidido de antemano: el dueño es quién se beneficia por sobre el resto, prima su modo de vida, da trabajo y colabora con la pujanza oficial de un proyecto civilizatorio. La obediencia es un valor, como en el ejército y el capital un Dios, como en el cielo desolado que nos mira hoy día. La forma empresa, estas últimas décadas, se fue inscribiendo de manera fractal en las vidas cualesquiera. Así, nos concebimos a nosotros mismos como dueños de una vida privada que compite con el resto en un régimen enloquecido de premios y castigos económicos y subjetivos, sin más horizonte que la adaptación a las condiciones de esa competencia (por cierto, siempre maniatada, tramposa, cuando no directamente mafiosa).

El Estado clásico y la gobernance neoliberal violentan de distintos modos a los cuerpos, ya construidos en parte a imagen y semejanza de uno y otra. Entre los planteos más lúcidos políticamente hablando que se escucharon este 2017 cabe destacar una idea de Bruno Napoli, según la cual: la izquierda setentista ofreció en su gesta al cuerpo en sacrificio, la derecha se dedica a explotar a ese cuerpo, cuando no directamente a reprimirlo o aniquilarlo; mientras que el feminismo es el movimiento político que en la lucha parte del cuidado del cuerpo. He ahí un legado del presente, una tarea política que no se funda en la nostalgia ni en el cinismo, sino en la incomodidad: el cuerpo del macho es sacrificial, dominador, naturalizadamente explotador y explotado. El cuerpo femenino, históricamente explotado, dominado, sacrificado, está en riesgo, pero está también en lucha. Reniega de la condición pre-política a la que permanentemente se lo intenta confinar y, de hecho, asume plenamente su condición de cuerpo político. Ni moldeado de antemano ni entregado a la competencia canallesca. No pasa simplemente del espacio privado al público, del oikos al teatro callejero, sino que opera su confusión. Y sus formas de luchar difícilmente puedan explicarse según el modelo de la individualidad con el que Estado y empresa suelen interpelar.

¿De qué se trata entonces? En cada cuerpo se juegan alianzas históricas y llamados presentes que nos reúnen como si fuéramos ya asambleas latentes. Judith Butler lo dice categóricamente: “soy de por sí una reunión, una asamblea”. Unas páginas más adelante sostiene que podríamos encontrarnos “ante uno de esos momentos o intervalos anarquistas…” No hay otra forma de pensar el legado anarquista que en términos de intervalos respecto de la legitimidad constituida y la matriz sensible vigente, hoy en franca decadencia Los intervalos son espacios de habilitación de nuevas alianzas, nuevas formas organizativas, nuevas perspectivas de vida.

¿Qué tenemos para ofrecerles a los demás en la instancia de aparición asamblearia, deliberativa, callejera o incluso virtual? Dice Butler: somos una forma de ser para otros y en ese cruce de formas de ser trabaja en los cuerpos una perspectiva que, a su vez, resulta desconocida para cada quien. Es decir que, antes que intercambio anímico y constatación ideológica nos ofrecemos mutuamente nuestro no saber, el ángulo que, opaco para nosotros mismos, se expone ante el resto en el marco de una pulsión de vida compartida, una suerte de confianza sobrenatural (3). Contamos con saberes, ideas, afectividades, redes vinculares, experiencias. Pero nos ofrecemos nuestro no saber qué o cómo hacer con todo eso, sobre todo… para qué. Si asumimos las consecuencias de un legado político que parte del cuidado del cuerpo, comprendemos que no caben sacrificio ni resignación a la explotación de esas capacidades e historicidades que portamos, sino disponibilidad en el terreno de las alianzas y las asambleas, por qué no de las redes. El cuidado de sí, que es inmediatamente cuidado de los demás, supone riesgos, pero fundamentalmente se da para sí las condiciones de ese riesgo, en lugar de entregarse a los riesgos supuestos en las decisiones monopolizadas por un órgano superior u organismos ad hoc, ambas opciones autoritarias. Y son autoritarias todas las decisiones que nos reparten en el mundo más allá de nosotros mismos, no solo las que nos expropian nuestros saberes, sino sobre todo las que nos separan de nuestro no saber.

¿Nos podemos seguir preguntando “qué hacer”? Tal vez contemos con una pregunta más modesta: ¿qué nos conviene? ¿Apostar a la destrucción de este doble comando Estado-empresa, a la espera de una nueva expresión de la gobernabilidad conservadora, esta vez más concesiva con los más estallados? ¿Idealizar una propuesta gubernamental de izquierda popular que vuelva a fijar –junto y gracias al trabajo de la intelligentsia derechista– el techo de los posibles? Tal vez un poco de todo eso como ficción mediadora. Nuestras opciones no son excluyentes y nuestra ingenuidad nos enseñó el rigor de los estados de cosas. Ante el Estado custodio de la pseudocompetencia o incluso ante el Estado social precarizado, nos conviene volvernos lo menos visibles que nos resulte posible, al tiempo que fortalecer una red en expansión que procure los cuidados necesarios y las condiciones de despliegue de subjetividades radicales, es decir, dinámicas… Clandestinidad masiva, dicen los amigos. Tal vez una democracia radical sólo sea posible si clandestina. Ante la empresa como institución y como modelo de relación consigo mismo y los demás, nos conviene autonomizar el trabajo, disponer nuestra actividad deseante, pensante, afectiva, a las redes en formación. Coordinarnos en la diversidad de prácticas y proyectos, multiplicar las instancias de coordinación como nuevas instituciones. Una nueva institucionalidad paradójica, cuya fuente vital provenga de la bella clandestinidad que seamos capaces de darnos y su propósito no sea otro que actuar en la dispersión. El resto –fundamental en la tarea de cuidarnos– es astucia y máscara.

 

Notas

1- Cabe destacar que en la práctica nos referimos a las grandes empresas y grandes concentradores de capital. Las lógicas de funcionamiento se repiten en casi todas las escalas y eso explica, en parte, la complacencia del sector medio (Pymes, emprendedores).

2- Tal como la suele definir Raúl Cerdeiras

3- Caetano Veloso, en el prólogo a la reedición de Verdade Tropical, contestando acusaciones de la izquierda pseudoestalinista en relación a su supuestamente temprano regreso del exilio, dijo haber vuelto por recomendación de João Gilberto, y exclamó: “¡Creo de una manera sobrenatural en João Gilberto!”.

 

* Ensayista, docente (Universidad Nacional de Avellaneda, Universidad Nacional de José C. Paz, Universidad del Cine), editor (Autonomía, Quadrata, Ignorantes).

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