Oveja Negra

No hay Pueblo posible ni Democracia viable


22 de agosto de 2023

Oveja Negra

A lo largo de un recorrido histórico, David Acuña propone reflexionar sobre el significado de las palabras “pueblo” y “democracia”: qué significa, qué nos dicen y de qué nos hablan en el marco de este año electoral, tras las PASO del 13 de agosto y el voto hacia Milei.

Por David Acuña

Toda palabra o concepto que se utiliza tiene una carga de significado situado en un contexto social de época. Por eso mismo, transitando este año electoral y teniendo presente el discurso de los candidatos más votados en las PASO, es bueno reflexionar sobre qué significan, qué nos dicen y de qué nos hablan palabras como “pueblo” y “democracia”.

Pueblo, como categoría, es una de las palabras más usadas en el lenguaje político desde los propios albores de nuestra nación. En los bandos revolucionarios, en las actas constituyentes, en las referencias de los pactos entre provincias, en la prensa política y hasta en las proclamas reaccionarias golpistas, se menciona al “pueblo” como fuente de legitimación del poder asumido por una fracción de la sociedad que se presenta ante el resto como detentadora del interés general. Es recién con la irrupción de la clase obrera en las luchas sociales de principio de siglo XX, y sobre todo a partir del 17 de octubre de 1945, que la palabra pueblo pasa a ser referenciada con la lucha por la redención social y la soberanía. La dialéctica que se establece entre Juan Perón desde el balcón de la Casa de Gobierno y el movimiento obrero colmando la Plaza de Mayo va a resignificar la categoría pueblo para siempre en nuestra historia asociando a la misma con “los de abajo”, con los “sectores populares” y luego por extensión del proyecto justicialista desplegado entre 1946 y 1955 a todos los sectores sociales en lucha por la soberanía nacional y contra la explotación. Son las masas sociales, que, al asumirse desde su experiencia de lucha como parte constitutiva y decisoria de un proyecto político, adquieren la conciencia de ser pueblo.

Los pueblos solamente forjan su cuerpo orgánico en la lucha política y adquieren su identidad con una doctrina de alcance nacional.

Paradójicamente, ante la manifestación de las mayorías sociales convertidas en pueblo, encuadradas orgánicamente en un proyecto político y constituyentes de una nueva institucionalidad, las élites van a derrocar a Juan Perón mediante un golpe de Estado en aras de la “democracia”. Y así, como bajo el rótulo de Unión Democrática, las fuerzas de la reacción conducidas por el embajador estadounidense Sprueille Braden, enfrentaron al laborismo en 1945, vuelven a la carga (esta vez con bombardeos y fusilamientos), presentándose así mismas como “libertadoras” contra la tiranía peronista derogando la más avanzada de las constituciones sociales de ese entonces en América Latina (Constitución de 1949), para restaurar la república liberal y su democracia para pocos.

De esta manera, y aunque parezca un chiste de mal gusto, las categorías de Libertad y Democracia se divorciaron de la de Pueblo por medio de un golpe de Estado (Koenig 2019). Es a partir de este momento, que la palabra democracia empieza a estar devaluada en la escena política argentina tanto para las fuerzas de la reacción como para los sectores populares. Y esto es así, porque en la estructura material y política de un país dependiente como es la Argentina, la contradicción social fundamental no es sobre el tipo de régimen que ordena nuestra formación social, sino la que se da entre los sectores dominantes y el pueblo, por un lado, y entre la Nación y quien la agrede, por otro.

Y hasta tal punto se devaluó el concepto de democracia en nuestra historia, que hasta en los momentos de mayor claridad en la resistencia popular durante los 60, 70 y 80, la palabra aglutinante contra la dictadura genocida, contra los yanquis, contra los británicos y contra las políticas de ajuste neoliberales, ha sido Liberación y no democracia.

La restauración del sistema de sufragio en 1983, el juzgamiento a las Juntas Militares y la reforma constitucional de 1994, no ha alcanzado aún para que nuestra población recupere no solo la movilidad social ascendente del proyecto justicialista de 1946 (y que aun con dificultades se mantenía a principios de los 70), sino y sobre todo (creo yo) a volver a consustanciar a las masas sociales con una doctrina de alcance nacional capaz de volverlas “pueblo” encuadrándolas en un proyecto patriótico que de pelea organizada contra los grupos económicos transnacionales que oprimen a nuestro país y no dejan realizarlo.

Sin lugar a dudas, el proceso político liderado por Néstor Kirchner ralentizó las velocidades del saqueo del Capital sobre el país al mismo tiempo que el Estado recuperaba algunos de los resortes de control y variables sobre la economía con las pudo no solo distribuir mejor los ingresos, sino avanzar en mayores niveles de autonomía relativa de nuestra soberanía. Aun así, el proceso de politización social masivo de esos años no fue acompañado de una orgánica política que volviera a encuadrar al conjunto del pueblo en una épica de liberación. Por el contrario, la falta de capacidad autocrítica tanto del ejercicio del gobierno como de las estructuras políticas construidas por éste (el gobierno y sus funcionarios) que se realizaron más bajo una lógica de tropa de maniobras y mediación, que, como instancia dialéctica entre Líder y Pueblo, no permitieron a larga sanear la crisis de representación abierta con la crisis del 2001.

Es entonces, que, siendo rehenes de una democracia sin pueblo, asistimos a resultados electorales que más tienen que ver con un hartazgo sobre las fuerzas políticas que durante ocho años provocaron la actual crisis social o no supieron dar respuesta a la misma. En ambos casos, ante las inescrupulosas políticas de entrega de JxC y el incumplimiento de las promesas del FdT, las masas sociales se volcaron por el voto castigo y reaccionario en Milei.

A fin de cuentas, el programa económico que en su momento llevó adelante Macri y que actualmente lleva Alberto no se diferencian mucho en lo sustancial del modelo que promete Milei al seguir garantizando la concentración económica, el extractivismo exportador, la valorización financiera, la cogobernabilidad con el FMI y el retiro del Estado de los controles medulares del ejercicio de la soberanía. Todo esto no fue sorpresa con Macri, todo esto y mucho más no será sorpresa con Milei, pero bajo el gobierno de Alberto-Cristina y Massa se volvió desesperanza por las expectativas generadas en campaña. Ya no puede ser la actual clase política extraviada, sino la militancia de base la que debe asumirse desde lo nacional y lo popular para tener nuevamente como horizonte la cuestión de la Liberación, y al mismo tiempo, deberá comprender que todo tiene un límite y que la causa nacional no puede ser tomada por quienes necesitan la estabilidad institucional para remplazar a sus adversarios en la vinculación con los Estados Unidos-FMI, pues el modelo exportador extractivo no puede dar respuesta, al mismo tiempo, a la clase dominante y a los sectores populares. Si no se resuelve esta cuestión, no hay Pueblo posible ni Democracia viable.

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