Oveja Negra

GENERACION 2001


02 de septiembre de 2020

Oveja Negra

El sociólogo y escritor Matías Cambiaggi nos brinda una mirada polémica sobre el proceso social abierto con Néstor Kirchner. Tal vez haya quien se le atreva a tomar el guante y animarse a darle debate?

Por Matias Cambiaggi *

 

La intuición de Cristina

Tras la muerte de Néstor Kirchner y a partir de una decisión estratégica de Cristina Fernández, comenzó un novedoso proceso que tuvo como una de sus características más llamativas el recambio generacional de los y las responsables de llevar adelante las cuestiones de gobierno.

Nuevos nombres, trayectoria y formas de hacer comenzaron a ponerse en juego en un desarrollo que dejó una buena cantidad de experiencias sobre las cuales sacar conclusiones pertinentes para este presente.

Aquel proceso, detenido, al igual que el país a partir del gobierno de Macri, con Alberto Fernández tomó un nuevo impulso, en la cantidad y los niveles de responsabilidad de los “nuevos” funcionarios de gobierno, y hoy se presenta como una segunda oportunidad tras la recaída neoliberal, para avanzar sobre los nuevos desafíos, tanto como los históricos. Pero para hacer frente a esto también se presenta como necesario repensar desde una multiplicidad de aspectos, la propia práctica política, entre otras cosas, para evitar su agotamiento, debatir sus significados, fundamentos y superar en densidad la simple cuestión etárea.

A partir de esta búsqueda colectiva, sin convocatorias, exploratoria y “silvestre”, uno de los conceptos que más circulación asumió y asume- por encontrarse en el centro de las problemáticas a resolver es del de Generación 2001 y con él, todo lo que implica o sugiere.

¿Hay acaso un colectivo en juego? ¿Es el 20 de diciembre de 2001 la experiencia que lo define?

Podría decirse que, en el terreno de los hechos, no hay generación sin objetivo manifiesto que la nuclee, así como no hay revolucionarios sin revolución, como decía el che. Pero no siempre se trata sólo de “hechos”. Porque éstos se construyen. Se planifican y necesitan del contagio para volverse tales.

Hay entonces una tensión. Un barro al que es necesario darle forma, pero que, por multiplicación de nombres, parece imponerse.

 

Un debate militante

Existe un debate interesante sin dar, que se presenta más en el terreno de las acciones que en el de las palabras, y en el que a veces se cruzan y confunden tácticas y estrategias, entre, por ejemplo, La Cámpora y el Movimiento Evita como algunos de sus referentes, pero en el que participan también otros intérpretes, y sobre el que se pueden apuntar algunas cuestiones.

“¿Qué es la generación?  La cuestión de la edad es sólo un momento. Sos joven durante un tiempo, pero después que hacés? Lo importante pasa por otro lado”.

La frase es de Emilio Pérsico en entrevista con el autor de esta nota, pero es también una reflexión asumida como tal por el Movimiento. El movimiento Evita no piensa en términos de generación porque no encuentra un sujeto político en ella. Si existe un sujeto político, éste es el precariado o, según sus palabras, los trabajadores de la economía popular.

Para La Cámpora, por su lado, la cuestión generacional si bien no fue teorizada, sí fue un argumento de su propia conformación como colectivo y una de sus certezas, sin mayores definiciones, en el que a veces se hace referencia a una práctica militante de los noventa, y otras a los protagonistas de este tiempo histórico, más allá de sus edades, y sin referencias sociales tampoco.

De acuerdo a nuestra opinión, los dos argumentos tienen su cuota de veracidad, sin embargo, no terminan, en un caso, de dar cuenta de la experiencia en juego sobre la que llamamos la atención, tan verificable, como el poder de movilización y el crecimiento organizativo de las referencias de la economía popular, aunque sean más debatibles sus contenidos o alcances. Por el otro, las limitaciones del concepto según el uso de La Cámpora, encontrar su perspectiva histórica a las posibilidades del concepto, para lo cual es un requisito, anclar este colectivo con una perspectiva de mayor alcance social a los del propio grupo de pertenencia y profundizar en sus sentidos.

¿Ser o no ser? Se preguntaba Hamlet y ¿Es o se hace? muchas abuelas, con menos angustia y más enojo que aquel príncipe. Pero es en realidad la pregunta que se hizo hace ya mucho tiempo Lenin, la que más posibilidades abre para pensar en términos de generación y encontrarle su fundamento. En primer lugar, porque es una pregunta abierta al futuro y después, porque sólo puede responderse en el terreno de la política.  Esto significa, preguntarnos sobre cuáles son los objetivos válidos y cuáles las prácticas pertinentes y propias de la práctica histórica de esta generación para alcanzarlos. 

 

Algunos elementos

A riesgo de resultar obvio, el tamaño multidimensional de la lucha presente y sus particulares objetivos precisan de la más amplia confluencia social, etárea e identitaria, por eso no es el objetivo de estas líneas postular desde la fragmentación, la primacía de alguna sobre las otras, sino pensar, desde la existencia de un proceso verificable y en curso: la aparición de tantos funcionarios no sólo jóvenes, sino con una particular trayectoria colectiva, situados en puestos de gobierno.

¿Cuáles son las prácticas históricas que llevaron al gobierno a estos actores? ¿Cuáles las que pueden renovar las formas de hacer política para este presente?

La generación de 2001 es la primera generación en condiciones de hacerse cargo del ejercicio del gobierno que no carga con la experiencia de la derrota y sus querellas, en la mejor de sus versiones, o con la aceptación resignada del neoliberalismo, en la peor, como si lo hacen muchos representantes de otras generaciones. En el mismo sentido, es también la primera que no carga con el peso de un proyecto maximalista importado, sino con la voluntad y el contexto como únicos determinantes y con un importante mérito propio: es la que a pesar de haber crecido huérfana de partidos populares o sindicatos, frente al mayor avance histórico político e ideológico del imperio, supo construir, junto a los sectores más humildes, un éxito perdurable que marcó al conjunto de la sociedad y abrió la posibilidad del retorno de la política al Estado con un sentido popular, aún con todas las salvedades que se puedan señalar.

Estos méritos nos exigen detenernos en las prácticas, reconocer el repertorio de intervención que la generación 2001 supo llevar adelante, y que incluyó como aspectos más recordados durante sus años de formación los cortes de ruta y los escraches, la recuperación de fábricas por sus trabajadores, las masivas movilizaciones y activismo de universitarios y estudiantes secundarios y la organización de murgas o centros culturales, entre otras tantas expresiones que fueron sólo la respuesta final a un proceso más profundo y basto. Ese proceso, el más importante, tuvo dos ejes articuladores muy específicos: el ejercicio de la democracia de base sin concesiones, por un lado, y por otro, la capacidad de recrear el tejido social, posibilitar encuentros imprevistos. La estructuración de los movimientos de los trabajadores desocupados o el movimiento feminista son una expresión concreta de estas capacidades constitutivas y combinadas que dieron lugar a la irrupción de la generación de 2001 como actor protagónico en el desierto argentino cuando tomó en sus manos la disputa por el país necesario.

Pero hay dos cosas que la generación 2001 no es. No es clase social, ni tampoco una minoría necesitada de reclamar cupos por cuestiones identitarias. La generación 2001 es apenas un colectivo singular atravesado por un tiempo único, por un puñado de hechos imborrables. Por eso no debe tentarse con la sustitución. Sino sobre todo hacer sólo su aporte, con lo que le fue dado por el tiempo político que le tocó.

La experiencia histórica no tan lejana recuerda con los murales de Darío Santillán y Maximilano Koskeki, que sólo junto a los más humildes. Los que no tenían nada que perder, se volvió un asunto serio, preocupante para los dueños del poder. Esperanza para los que nada tenían. Aislada de aquel impulso, en cambio, fue sólo un acento distinto entre una larga lista de correctos administradores. Riesgo de ser recordada como la experiencia “realmente existente” que no cumplió lo que quien sabe si hubiera podido.

La generación de 2001 tiene por delante junto al resto de la sociedad y en particular, los más humildes, muchos y variados desafíos que se deberán sortear con audacia, y mucha imaginación. Entre ellos, el más urgente, terminar con el hambre y la pobreza, el estratégico, poner los cimientos de un proyecto histórico que supere la dinámica del empate hegemónico.

La palabra clave, de este nuevo inicio vuelve a ser unidad, integrando como complementarias las miradas distintas, y con ella vendrán otras más, las nuevas palabras clave que la práctica política desde el Estado y en las calles, definirá en cada momento.

 

* Sociólogo y escritor.

 

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