Oveja Negra

El Locro de Don Zambrano


01 de mayo de 2017

Oveja Negra

Por Alejandro “coco” Garfagnini.

Uno puede hacer un locro cualquier día del año, pero los locros del 1° de Mayo son distintos. ¿Por qué? Jamás escuché comentarios negativos respecto de los locros del 1° de Mayo. Se hacen desde La Quiaca hasta Tierra del Fuego. Distintos climas. Con hornallas a gas natural, con garrafas, con leña, hasta con bosta de animales como las que utilizan en la puna jujeña para hacer fuego. ¿Cómo puede ser? Acá hay algo mágico, seguro. O algo divino. No es posible que suceda algo así. Me puse a investigar el tema, casi hasta la obsesión pero desde lo racional no pude resolver este misterio.

Maíz. Falda. Patas de chancho. Orejas también de chancho. Zapallo. Mandioca. Productos degradados y tan estigmatizados para los chefs argentinos como los movimientos sociales. La falda, para los perros. La mandioca, para los chanchos, decía mi vieja. Pero cómo puede ser que así y todo esa mescolanza de verduras, tendones, cueros y grasas se transforme en algo tan rico y valorado por nuestro pueblo. Después de todo, es casi litúrgico comerse un locro del Día del Trabajo.

Un mediodía caminaba por avenida Córdoba sin rumbo con la cabeza metida en esa obsesión. No podía resolverla. De pronto, me cruzo con un amigo y gran abogado laboralista, Eduardo Tavani.

– ¿Qué haces por acá? —me dice—. ¿Te sentís bien? Pareces perdido Coco. ¿En qué andas pensando?

– Salí de casa preguntándome sobre la cuestión del locro –le largué—. Estoy obsesionado. No puedo entenderlo. —Y cuando terminé de largarle todo el rollo automáticamente me dije: éste va a pensar que estoy loco. Pero no fue así. Para mi sorpresa me miró fijo a los ojos, casi con mirada paterna, movió la boca como si tuviera el siete de espadas y, con cierta relajación corporal, sacó su celular como desenvainando un sable.

– Anotate este teléfono –me dijo—. Es de don Zambrano, ya está jubilado, pero cocino los locros de la Unión Obrera Metalúrgica de Tres de Febrero durante 40 años. Habla con él de parte mía. Quizás te ayude.

Instantáneamente cerró el celular. Volvió a su habitual estado hiperquinético. Y dijo:

– Me voy. Tengo mucho que hacer. No faltes a la reunión del lunes a las tres — y arrancó como endemoniado a paso firme para Tribunales.

El miércoles me subí al Ferrocarril San Martín en dirección a la casa de Zambrano: me esperaba a las cinco de la tarde. Casita de barrio, a siete cuadras de la estación de Santos Lugares. Me las hice caminando. Día soleado, casi bucólico, entre calles de pocos autos. Zambrano me recibió con una sonrisa de oreja a oreja, me invitó a tomar unos mates en el comedor, puso la yerbera y un platito de madera para apoyar la pava y no quemar el mantel de plástico que tenía sus años, pero estaba impecable. Zambrano tenía 78 años, un físico macizo, la cara curtida y los dedos callosos tenían el diámetro de morcillas: sin duda era metalúrgico.

Agarró un jarro de lata azul con manijita y casi de memoria lo llenó de yerba y azúcar. Tomó la pava con una habilidad fuera de lo común, casi como una extensión de su cuerpo y me sirvió el primer mate. Después se acomodó, esperando la primera de mis preguntas con un poco de ansiedad, me di cuenta porque no paraba de doblar una servilleta que tenía sobre la mesa. Detrás del hombro, sobre la pared, colgaba un cuadro enorme del general Perón vestido de militar sobre su caballo pinto. No era la imagen que más me gustaba de Perón, pero por si tenía alguna duda me quedo absolutamente claro que Zambrano además de metalúrgico, era peronista.

Casi tímidamente le dije:

– Mire Zambrano, no puedo entender por qué productos tan poco valorados como el zapallo, el maíz, la mandioca, la falda y las patas y orejas de chancho pueden transformarse en algo tan rico como el locro –arranque. El tipo me miraba fijamente frunciendo el seño, como si mi pregunta fuera algo complejo de contestar. Como si le exigiera remover su pasado para encontrar las respuestas —, Tampoco puedo entender por qué todos los primeros de Mayo el locro siempre sale bien; todos los años me canso de escuchar qué rico o qué bueno que está el locro del Día del Trabajo.

Don Zambrano cerró los ojos por unos segundos convocando en la memoria toda la sabiduría de décadas. Hizo un movimiento hacia atrás, exhaló fuerte el aire que tenía en los pulmones y simultáneamente colocó sus dos grandes manos sobre la mesa, abrió los ojos y me dijo:

– Coco, jamás podrá entender el locro sin comprender al movimiento obrero.

– ¡¿Pero qué tiene que ver el movimiento obrero?! —respondí— No entiendo.

Juro que me sorprendió.

– A ver Coco, ¿trabajó alguna vez en una fábrica?

– Sí –le dije —. Trabajé en una matricería muy grande de Carapachay, cuando era joven, manejé una fresadora de desbaste. Con eso hacíamos los porta moldes de las matrices.

РMu̩streme sus manos.

Me dijo. Y yo, temerosamente, abrí las palmas de mis manos. Y se las acerqué entre el mate y la pava. Ni las tocó. Alcanzó con un vistazo.

– Sin duda que eso fue hace muchos años –lanzó—: no tiene ni una marca de viruta metálica.

– Y si, don Zambrano, fue hace muchos años. Digamos que era muy joven todavía.

– Y a ver, dígame Coco –siguió—: ¿cómo se llevaba usted con sus compañeros de trabajo?

– Y… —no quise mentir— con algunos muy bien, había compañeros muy solidarios y también algunos bastante combativos. Otros no le daban bola a nadie, estaban metidos nada más que en su trabajo, eran la mayoría. También había algunos chupamedias del jefe de personal, esos eran bastante garcas. Y la verdad ahora que me hace acordar, a los delegados no los veíamos casi nunca.

Esa confesión fue como un desahogo para mí, no sé porque me sentí mas aliviado. Se estaba generando un clima de sinceridad, parecido al de una sesión de psicoanálisis. Solo Perón montado en su caballo pinto era testigo del dialogo.

– Entonces dígame usted –me dijo—, por qué todo el mundo dice que los trabajadores son los que van a salvar la patria. La descripción que hizo de sus compañeros de fábrica estaría demostrando que no es así.

– La verdad don Zambrano nunca me lo puse a pensar –tuve que decirle—, pero ahora que lo dice me hace dudar.

– A ver mi‘ijo, los trabajadores van a salvar esta patria, pero como clase. Cuando los compañeros se unen y se asumen como clase trabajadora no hay nada que los pueda detener, pero individualmente están perdidos. Como el locro, cada ingrediente agrega algo. El maíz da textura. La grasa de la falda y del chancho lo hace sabroso. La mandioca,  dulzor, el zapallo color y así cada ingrediente por separado no sirve para nada, pero unidos son algo maravilloso, como la clase trabajadora.

La explicación me entusiasmó. Le empezaba a encontrar el agujero al mate y de paso Don Zambrano me encaja otro mate recargado de azúcar.

– Coco, ¿quiere que le agregue una cascarita de naranja?

– No, Don Zambrano. Así está bien. Pero, cuénteme algo: ¿cuándo los trabajadores van a asumirse como clase? Mire todo lo que está pasando con Macri y yo veo que  hay mas división que nunca.

– No se apure amigo –me advirtió—. Hubo momentos en nuestra historia que los trabajadores se unieron y asumieron su clase, por ejemplo con Perón —dijo y se giró levemente para señalármelo justo sobre el caballo pinto—. O el Cordobazo. —Y ahí me empezó a gustar—. Pero lleva su tiempo, la conciencia se cocina despacio, como el locro, si usted lo saca antes de tiempo es una sopa, horrible, pero si usted le da tiempo y lo cocina lentamente, logra esa untuosidad y esa tersura, en la que ya no puede individualizar ninguno de los ingredientes. Esa fusión ya es algo propio, algo nuevo, ahí está, en su punto justo: ya es locro.

– Tiene razón, pero con esta dirigencia sindical lo veo difícil. Mire al triunvirato de la CGT, don Zambrano.

– Bueno, ¿vio que le hable del punto justo del locro?

– Si.

– En realidad, no le conté todo. Hay un secretito. El locro siempre está listo en la parte de abajo primero, cerca del fuego, antes que en la parte de arriba, más lejos del fuego. Entonces usted ¿qué tiene que hacer? Meter la cuchara y revolver y revolver. De manera tal que lo de abajo que ya está unido pase para arriba, como en el movimiento obrero. Abajo los delegados están siempre más unidos que los dirigentes que están arriba. Hay que revolver y revolver. Y esa unidad de abajo tiene que dirigir. Perón lo hacía todo el tiempo –Y otra vez se dio vuelta y me señaló el caballo pinto. Y yo ya tenía ganas de que el caballo empiece a galopar para no verlo cada vez que don Zambrano se miraba sobre el hombro.

Ya en confianza, continuó:

– Y le voy a decir otro secretito, si le interesa.

– Si, por favor.

Yo estaba entusiasmado.

– Cuando el locro está listo, usted agarra una sartén y mete aceite. Ají molido y cebollita de verdeo picadita. Fuego bien fuerte. Dos minutitos y esa salcita la mezcla con el locro. Ese picante lo pone ahí. Y listo: le da la frescura que lo realza.

– Y esa salcita ¿qué vendría a significar en el movimiento obrero? —le pregunté.

– No es parte del movimiento obrero, por eso se cocina por separado, esa salsa es la juventud. Cuando usted junta al movimiento obrero con la juventud logra la revolución, la revolución peronista, claro, no piense cosas raras y foráneas.

– La verdad, Don Zambrano que usted es una persona muy sabia. Estoy feliz de haberlo conocido. Me ha resuelto por demás mis interrogantes respecto del locro. Solo quiero hacer una última pregunta.

El hombre sirvió un mate más. Ya estaba lavado. Yo seguí sentado.

– Ahora que aprendí la relación con el movimiento obrero, mi pregunta es: ¿por qué el locro del 1 de Mayo siempre, pero siempre, sale tan bien y en cualquier lugar del país?

– Por una simple razón, Coco. Se la cuento: lo hacen millones de trabajadores al mismo tiempo y el mismo día. La cantidad se transforma en calidad, amigo.

– ¡Claro! Es lo mismo que decía Lenin en El Estado y la Revolución: tiene razón don Zambrano.

– Pero de qué Lenin me habla Coco ¿del comunista?

– Y si, don Zambrano, Lenin era comunista.

La cara se le transformó. Toda la amabilidad y la paciencia de toda la tarde de desvaneció. Cambió el tono de voz y empezó a gritarme.

– Pero ¡por favor! ¡Pero que barbaridad me dice! Lo único que falta es que me quiera comparar al general Perón con Lenin. ¡Nosotros somos argentinos! ¡Qué tenemos que ver con los rusos! Mire Coco, me están esperando mis nietos para ver el partido de Boca y ya es tarde además, y este barrio es bravo.

Comprendí perfectamente que era hora de irme. Me incorporé. Divise la puerta de salida rápidamente. Don Zambrano estaba alterado. Por más que tuviera 78 años un  metalúrgico enojado es complicado.

Volví caminando a la estación de Santos Lugares. Pensé que mis amigos no peronistas se enojan cuando les digo que son peronistas, lo que pasa es que no se dan cuenta. Resulta que Don Zambrano por ahí  es comunista y tampoco nunca se dio cuenta. Quizás tengamos que pensar otras categorías que nos definan y que Lenin y Perón no nos dividan. Pero ese es otro de los temas que me obsesionan. Y trataré de resolverlo después de comerme un rico locro con mis compañeros del movimiento obrero.

 

 

Compartir esta nota en